"Redoble en verde de tambor los sapos
y altos los candelabros mortecinos
de los cardos me escoltan con el agua
que un sol esmerilado carga al hombro.
El sol me dobla en una larga torre
que va conmigo por la tarde agreste
y el paisaje se cae y se levanta
en la falda y el filo de las lomas.
Algo contarme quiere aquel hinojo
que me golpea la olvidada pierna,
máquina de marchar que el viento empuja.
Y el cielo rompe dique de morados
que inundan agua y tierra; y sobrenada
la arboladura negra de los pinos." [1]
Con esas palabras, la poetisa argentina Alfonsina Storni, describía
su llegada una tarde cualquiera a Colonia; en épocas en que solía pasar largas
temporadas en casa de sus amigos para escribir y, según ella misma decía,
“renacer como una flor”. Es que cruzar el ancho río que nos une a la ribera
oriental, nos lleva al encuentro de una ciudad plagada de leyendas, luchas,
desencuentros y pasiones, que sus paredes históricas bien saben conservar.
Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad
por la UNESCO en 1995 y destino inapelable del éxodo turístico argentino,
Colonia del Sacramento resume en su recorrido largos siglos de una historia
turbulenta que dejó sus huellas en cada rincón de su casco histórico y un aura
que se percibe al caminar por sus calles adoquinadas. Fue fundada
en el SXVII por el entonces gobernador de Río de Janeiro y configurada como una
típica ciudad portuguesa, con rasgos característicos que aún hoy se distinguen.
Calles angostas y angulares, pavimentadas con piedras de
cuña y con desagüe central, muros gruesos de piedra y pisos de cerámica, sumados a los autos antiguos que abundan por toda la ciudad, adornan el paisaje
colonial. Ha sido conocida como la “Manzana de la Discordia”, la “Ciudad de la Pluma
y la Espada” y también como “Madre de Ciudades”, y disputada históricamente por
españoles, portugueses y brasileros, a través de sangrientas luchas. Fue
testigo de grandes naufragios e infinitos saqueos por parte de piratas y
mercenarios. Cuenta la historia que hasta tropas italianas al mando de Garibaldi arremetieron contra la población en desbordados desmanes, orgías y
borracheras victoriosas de las que, según dicen, ni las iglesias se
salvaron. Todo ello antes de seguir en dionisíaca estampida hacia las
siguientes ciudades de la costa litoral.
El sitio que resume el tesoro de misterio que esconde
Colonia es la famosa “Calle de los Suspiros”. Al tratarse de una calle angosta,
desnivelada y que conserva el adoquinado original del
SXVII, reviste un especial magnetismo por la noche, cuando una iluminación
mortecina propone el resto. Diversas leyendas se tejen alrededor de su nombre:
algunas de ellas hablan de los condenados que eran trasladados allí para
ahogarlos cuando subiera el río, otras relatan el desembarque de los marineros
que deseosos arrancaban suspiros a las mujeres de los prostíbulos que
funcionaban tras los gruesos muros, y por último hay quienes cuentan la
historia de una muchacha herida de muerte mientras esperaba a su amante.
Colonia propone un tiempo de descanso al
ritmo de la historia que encierra. El turista puede perderse a pie por sus
calles o recorrer su extensa rambla hasta que el fluir del agua en movimiento
borre cualquier preocupación. También ofrece una excelente infraestructura de
alojamiento en hoteles, spa y hostales a la medida de las distintas
posibilidades. Todos atendidos con el mismo esmero de una población que abre
sus brazos al río para recibir, tal como ayer, a los que se aventuran hasta
ella. La genial directora argentina Maria Luisa Bemberg registró el surrealismo
que aflora en la ciudad oriental en su película “De eso no se habla”, con un inolvidable Marcello Mastroianni como protagonista que, ya en el
ocaso, pudo descubrir y expresar la magia que allí quedó guardada para siempre.