"Vámonos a pasear, amiga mía, por esa dormida tierra de los mapas.

Vámonos a pasear, callada amiga, antes de que la muerte venga a torcer el rumbo de nuestros huesos."

Gabriel García Márquez

martes, 4 de septiembre de 2012

Idilio Colonial

"Redoble en verde de tambor los sapos
y altos los candelabros mortecinos
de los cardos me escoltan con el agua
que un sol esmerilado carga al hombro.
El sol me dobla en una larga torre
que va conmigo por la tarde agreste
y el paisaje se cae y se levanta
en la falda y el filo de las lomas.
Algo contarme quiere aquel hinojo
que me golpea la olvidada pierna,
máquina de marchar que el viento empuja.
Y el cielo rompe dique de morados
que inundan agua y tierra; y sobrenada
la arboladura negra de los pinos." [1]


Con esas palabras, la poetisa argentina Alfonsina Storni, describía su llegada una tarde cualquiera a Colonia; en épocas en que solía pasar largas temporadas en casa de sus amigos para escribir y, según ella misma decía, “renacer como una flor”. Es que cruzar el ancho río que nos une a la ribera oriental, nos lleva al encuentro de una ciudad plagada de leyendas, luchas, desencuentros y pasiones, que sus paredes históricas bien saben conservar.
Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1995 y destino inapelable del éxodo turístico argentino, Colonia del Sacramento resume en su recorrido largos siglos de una historia turbulenta que dejó sus huellas en cada rincón de su casco histórico y un aura que se percibe al caminar por sus calles adoquinadas. Fue fundada en el SXVII por el entonces gobernador de Río de Janeiro y configurada como una típica ciudad portuguesa, con rasgos característicos que aún hoy se distinguen.


Calles angostas y angulares, pavimentadas con piedras de cuña y con desagüe central, muros gruesos de piedra y pisos de cerámica, sumados a los autos antiguos que abundan por toda la ciudad, adornan el paisaje colonial. Ha sido conocida como la “Manzana de la Discordia”, la “Ciudad de la Pluma y la Espada” y también como “Madre de Ciudades”, y disputada históricamente por españoles, portugueses y brasileros, a través de sangrientas luchas. Fue testigo de grandes naufragios e infinitos saqueos por parte de piratas y mercenarios. Cuenta la historia que hasta tropas italianas al mando de Garibaldi arremetieron contra la población en desbordados desmanes, orgías y borracheras victoriosas de las que, según dicen, ni las iglesias se salvaron. Todo ello antes de seguir en dionisíaca estampida hacia las siguientes ciudades de la costa litoral.


El sitio que resume el tesoro de misterio que esconde Colonia es la famosa “Calle de los Suspiros”. Al tratarse de una calle angosta, desnivelada y que conserva el adoquinado original del SXVII, reviste un especial magnetismo por la noche, cuando una iluminación mortecina propone el resto. Diversas leyendas se tejen alrededor de su nombre: algunas de ellas hablan de los condenados que eran trasladados allí para ahogarlos cuando subiera el río, otras relatan el desembarque de los marineros que deseosos arrancaban suspiros a las mujeres de los prostíbulos que funcionaban tras los gruesos muros, y por último hay quienes cuentan la historia de una muchacha herida de muerte mientras esperaba a su amante.

Colonia propone un tiempo de descanso al ritmo de la historia que encierra. El turista puede perderse a pie por sus calles o recorrer su extensa rambla hasta que el fluir del agua en movimiento borre cualquier preocupación. También ofrece una excelente infraestructura de alojamiento en hoteles, spa y hostales a la medida de las distintas posibilidades. Todos atendidos con el mismo esmero de una población que abre sus brazos al río para recibir, tal como ayer, a los que se aventuran hasta ella. La genial directora argentina Maria Luisa Bemberg registró el surrealismo que aflora en la ciudad oriental en su película “De eso no se habla”, con un inolvidable Marcello Mastroianni como protagonista que, ya en el ocaso, pudo descubrir y expresar la magia que allí quedó guardada para siempre.




[1] Poema Barrancas del Plata en Colonia, de Alfonsina Storni.